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Las tazas están servidas, el té humea de esa manera agradable acompañándose del ir y venir de la brisa matutina ¿cuánto tiempo habrá pasado ya? No lo sabe, ni tampoco se esmera mucho más en recordarlo. No lleva reloj, le molesta el tic tac de éste apresurándola. Es difícil encontrar el equilibrio, pero una vez que se encuentra es aún más difícil mantenerlo. Siente un poco de frío, pero solo un poco, así que no se echará encima su chaleco tejido a croché. Escucha acordeones en perfecta armonía con teclados y recuerda, ¡oh, cómo recuerda!, esos años donde ella quería tocar acordeón solo por esa melodía, por esa esquiva y melosa melodía que le hacía soñar, reflexionar y pensar una y mil veces en las mil y un razones por que lo haría una y mil veces más. Cavilaciones que solo ella entiende. Espera cómodamente sentada en el diván, aunque su taza ya se vació, la otra sigue llena, pero no humea, se debe haber enfriado. En algún tiempo pasado habría pensado en hacer una muy buena analogía con esas tazas, hoy no… solo vuelve a servirlas sin caer en pensamientos oblicuos que le hicieran perder su equilibrio.