En algún lugar esta lloviendo, aquí en cambio está despejado, huele a verano de vez en cuando y la humedad en el aire se siente en determinadas horas. Es otoño, pero nadie lo nota, pensándolo bien, nadie nota nada en este mundo, sólo lo que les compete… no esas cosas simples que a mi me alegran.Cuantas personas tendrán mis mismos intereses, cuantas personas se estarán preguntando lo mismo que yo en este instante. De acuerdo, es algo ocioso, pero así soy yo, siempre he sido una curiosa exagerada, una insensata en cuerpo de cuerda. No cambiaré, me gusto así.

He encontrado la mejor terapia para sobrellevar mi vivencia: los colores. Es que me encantan, me llenan, me desbordan, desatan mi creatividad, concentración y coordinación que creí perdida, me puedo esconder bajo la máscara más pequeña del mundo –como me dijo alguien- y ser feliz sin que nadie lo note, o al revés.

Me relajo viendo volar cosas que mis manos y mente en conjunto crean. Sonrió con un simple brotecito verde de tallo burdeo, con un par de amistades y otro par de amigos (hay una pequeña diferencia entre uno y otro, según yo), con tres bolas de un material extraño que me deja las manos con un aroma singular, con dos paños pesados que suenan como “cuish-cuish” al viento y hacen ver al sol pequeño e insignificante, con un objeto girador que a veces me golpea por mi propio descuido y me da a entender que no lo sé utilizar a la perfección… que va, aun queda tiempo para domarlo. También me alegro con un pedazo de plástico que me cubre lo suficiente como para ocultar mi estado de ánimo, con saber que alguien me quiere (aunque me perturba un poco el no quererlo de igual manera) con un buen libro y mi cama calentita todas las noches.

No me conformo, solo aprendo a vivir feliz con cosas simples que se no me fallarán nunca.