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Me gustan las manzanas verdes, no muy grandes. Ni muy dulces, ni muy ácidas. Jugosas y crujientes. No hay nada que me moleste más que una manzana guapa por fuera y harinosa por dentro. Me mata un té con limón y un buen libro en esos días fríos. Quedo en estado delirante cuando me dicen que me quieren o me hacen sentir como una persona tan valiosa y especial. Me agradan las formas del cielo en las mañanas de invierno. Me gustan los cielos rosa, los cielos de vainilla y los gatos. Leo a King, Katzenbach, Dostoievski y Christie con el mismo ahínco. No soy admiradora de las novelas de amor, pero sigo rayando la papa con el diálogo final de “el amor en los tiempos del cólera”. Siempre me he creído la antagonista de mi historia y sé de sobra que miento al decir esto, lo hago de pura vanidad, ya que el lenguaje me da la facultad de ser quien yo quiera ser. Creo que el tabaco y los chocolates saben mejor cuando son regalados. Confieso que me visto de rojo cuando anda falta de seguridad y carácter. Me gusta sostener las miradas y pestañear muy rápido cuando lo hago. Me embelesa su sonrisa y esa mirada de entrega que me da en la intimidad. Me gustan las conversaciones largas en la penumbra. Me tranquiliza escribir a media luz por las noches. Me brinda inspiración pasarme todo el día escuchando Njosnavelin para mi sola e imaginarme escena tras escena, rutina tras rutina. Amo esto a lo que los de piel le llaman vida.-