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Me han enseñado muchas cosas, entre ellas el hacer una sola cosa, pero hacerlas bien, en vez de hacer muchas, pero a medias. Me enseñaron (o me exigieron, tal vez) terminar lo que se comienza, pues dejarlo a la mitad es lo mismo que nunca haberlo hecho, una pérdida de tiempo en definitiva. Me enseñaron que con prejuicios no se evalúa al mundo, sino con tolerancia y armonía, que la transparencia y confianza es la base de la amistad y que la felicidad no es solo un ideal utópico, sino que se puede construir con dulces colores. Me enseñaron a perderle vergüenza a mi cuerpo y a mostrarlo en todas sus expresiones. Me enseñaron a reír con ganas por cosas mínimas. Me enseñaron a disfrutar de la simpleza de los colores. Me mostraron como vivir a concho haciendo lo que se pasara por la mente asumiendo las consecuencias primeramente. Me curaron con risoterapia, payasomimia, coloresterapia y malabares. Me enseñaron a ser… Quien diga que esta doctrina carece de disciplina y valores le invito a quitarse la venda de los ojos y tomar una máscara diminuta del color que más le agrade y que juegue a descubrirse a sí mismo y al mundo tan guapo que lo rodea. Yo simplemente los amo por ser aquello que nunca esperé, convertirse en aquello en lo que jamás creí. Tratarme como jamás lo merecí y llenarme de esa manera que solo con ustedes conseguí.