Comprenden ~

9/11/08

Ese perro callejero siempre viene a mi jardín, tiene una fijación con esa planta ultra exótica que a mi mamá le costó un ojo de la cara y el otro se lo dejó colgando. Yo creo que pagó tal suma solo para jactarse frente a las vecinas, en realidad fue una mala inversión, la planta esta no tiene brillo alguno no es más que un palo pelado con dos hojas escuetas en su máxima altura, se supone que florecerá algún día, pero ese día se ve aún lejano. Mi mama tiene una suerte de radar para detectar la cercanía de ese perro a la planta; cuando siente que se aproxima toma el escobillón, se le desfigura el rostro y se posiciona estratégicamente a la entrada de la casa, lo mira con cierto placer malicioso cuando olorosa el pasto, espera que el pequeño bribonzuelo se acomode bajo la planta en posición de obrar para lanzarse al ataque gritando con voz gutural casi indescifrable: -¡sale de aquí, aaaah, perro cochino!- Sin embargo un buen día le falló el radar a mi santa madre. Yo oí a los perros ladrar, pero mi música y el computador me tenían en una suerte de mundo paralelo. Solo un grito de mi hermana imitando los de mi madre me sacó de dicho estado de letargo. Por instinto miré al jardín y vi al perro levantando la pata para proceder a echar una “pichá” (como diría mi viejo) a la planta mega costosa que me significó un mes sin ropa nueva. Atiné a hacer nada, solo volví en si cuando sentí a mi madre con ese paso exasperado chorreando un sin fin de improperios, algunos que solo ella conoce. Ahora el perro vuelve siempre, pero mi mamá ya no lo echa, creo que la orina de ese can tiene un algo que hace florecer hasta a las plantas más feas.

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De repente se asoman ~